Quienes se hayan fotografiado conmigo lo van a poder corroborar: Las sesiones son charla tras charla, y obturaciones de por medio. Y una de las primeras preguntas que suelo hacer es «¿Para qué te estás sacando las fotos?«
A veces ha sido para un portfolio, para promocionar un evento o para publicidad. Pero, extrañamente, la mayoría de las veces la respuesta es algo parecido a «Quiero tener fotos mías«. Al principio me extrañaba la respuesta porque, ¿cómo que no tenés fotos? Tenés un celular en la mano todo el tiempo, esta generación debe ser la que tiene su vida más documentada. Cada minuto esta constatado en algún lado. ¿Entonces?
Hacía la repregunta y escuchaba. Siempre fui y seré una amante de la psiquis humana, de cómo racionaliza y se relaciona con los demás. Es por eso que soy más de escuchar que de hablar sin parar. Me gusta escuchar anécdotas, pensamientos, experiencias de todas las edades y ámbitos. Y sólo compartir lo mio si va a sumar algún valor.
Y tras escuchar varias respuestas me fui haciendo una noción de lo que pasaba: Las nuevas generaciones tienen melancolía por algo que no llegaron a vivir. En este mundo virtual, rápido y pasajero lo analógico va tomando más importancia.
Uno termina heredando fotos familiares, un álbum entero y lleno de polvo con parientes que jamás llegamos a conocer. Pero las fotos están impresas, están ahí y sabemos que existieron. ¿Qué le vamos a dejar a nuestros nietos? ¿Un álbum en Facebook? Supongo que si, porque las stories de Instagram duran 24 horas…
Entonces me encuentro con más y más gente que busca que alguien se tome el tiempo de retratarlos, alguien que no les saque simplemente una foto en una fiesta y la suba con algún filtro, tampoco una selfie. Alguien que les saque las fotos que quieren que queden como evidencia de que alguna vez estuvimos por acá. De que fuimos reales y no virtuales. Y me alegra mucho poder ser parte de la experiencia 🙂